El pasado fin de semana un amigo estuvo en Madrid, cuando le vi no tardamos mucho en intercambiar opiniones sobre la ciudad. Me contó, con emoción, los sitios que había visitado. De todos los que dejó atrás en su recorrido lo que más disfrutó fue su paseo por el rastro. Allí compró, regateó y curioseó como llevan haciendo tantos otros desde 1740. De este diálogo nacieron dos obligaciones. La primera, la de volver al rastro tan pronto como pueda, para refrescar sensaciones ya caducadas y la segunda, recuperar una historia que descubrí hace tiempo relacionada con este emblemático lugar.
El héroe nacional que custodia el rastro
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